A RAÍZ DE LA ENTREGA DE
“PÍLDORAS DEL DÍA DESPUÉS”
A MUJERES
VÍCTIMAS DE VIOLACIÓN
Cardenal Francisco Javier
Errázuriz, arzobispo de Santiago de Chile
(01/05/04)
Queridos hermanos y hermanas en
el Señor,
Nuevamente el Ministerio de
Salud ha tomado una decisión acerca del uso de la “píldora del día después”.
Esta vez se trata de la entrega gratuita a las mujeres que han sufrido el
terrible drama de una violación. No faltan las autoridades comunales que están
dispuestas a entregarla gratuitamente a quienes la pidan, mientras otras se
oponen a ello, y hacen objeción de conciencia.
El tema es sumamente delicado
porque se trata del primero de los derechos de cada ser humano: del derecho a
nacer que le asiste desde su misma concepción. También es delicado porque el
tema toca hondamente sentimientos muy nobles. El fármaco es presentado como un
medio para aliviar el sufrimiento y reparar la injusticia de la cual ha sido
víctima una persona querida e inocente, por parte de un agresor que ha irrumpido
en su intimidad injusta y violentamente. Además el tema es delicado porque
siempre quisiéramos respetar a las autoridades civiles, pero a veces nos
sentimos obligados a reflexionar si han decidido lo que es justo a los ojos de
Dios, ya que, de lo contrario, tenemos que optar por la obediencia a Dios y no
por la obediencia a los hombres (ver He 4,19). Por último, la distribución
gratuita de un fármaco cuya finalidad no es sanar, es un hecho más que
controvertido. Peor aún, cuando se hace con dineros aportados por todos los
contribuyentes, también de aquellos que rechazan en conciencia el fármaco y su
distribución.
Pongo en manos de ustedes una
versión actualizada de un texto que escribí hace ya tres años, cuando el
Instituto de Salud Pública aprobó por primera vez en Chile la distribución de
este fármaco (aprobación que posteriormente fue dejada sin efecto por la Corte
Suprema de Justicia), al cual he agregado algunas consideraciones que son
necesarias en esta nueva fase de la discusión. Así espero aportar aquellos
fundamentos que pueden ayudarles a adherir a la verdad que nos hace libres, a
esa verdad que no es meramente, como se suele decir, “una doctrina de la
Iglesia”. Buscamos la verdad que tiene su fundamento en la bondad, la sabiduría
y la voluntad creadora del mismo Dios. Ésa es la verdad que propone su
Iglesia.
El derecho a
la vida, también hoy y en todas las
circunstancias
La discusión que ha surgido
tiene muchas facetas. Me ocuparé tan sólo de algunas, a saber del derecho a la
vida, del presunto derecho al aborto, del lugar de la misericordia, del fármaco
en cuestión y del cambio cultural que pretende justificar su distribución y su
empleo.
el derecho a la vida
Una de las tareas más
importantes de nuestra generación consiste en construir una sociedad que valore
y respete el derecho a la vida, reconociendo en él la piedra angular de todos
los derechos humanos. A lo largo de la historia, nunca tuvo la humanidad tantas
razones para admirar el misterio de la vida humana y el horizonte de su
progreso, como asimismo tantas contribuciones técnicas, científicas, culturales
y religiosas fácilmente alcanzables, de las cuales puede valerse para dar
calidad a la vida humana y enriquecer la convivencia y la solidaridad social.
Un país como el nuestro, que
tiene conciencia de su historia y ha puesto su empeño en sanar las heridas
causadas por violaciones muy graves de los derechos humanos, sobre todo del
derecho a la vida, quiere construir un futuro con clara conciencia de aquellas
actitudes y acciones del pasado que nunca más deben darse entre nosotros. Por
eso, nuestro pueblo, con la mayor coherencia y decisión, quiere optar por la
vida. Nuestra Patria necesita la alegría de ser, toda ella, un espacio propicio
a la vida, en el cual las instituciones, las comunidades, las leyes, las
costumbres y las familias favorezcan cuanto acoge, respeta, alienta y apoya a la
vida; y cuanto sea expresión de solidaridad con ella.
El respeto a la vida humana no
admite discriminaciones. Son muchos los países – también el nuestro – que han
pasado por la dolorosa experiencia de discriminar entre los ciudadanos, como si
unas vidas fuesen respetables y otras no merecieran respeto alguno. No podemos
caer en esa insoportable intolerancia. Hemos de respetar la vida del hombre y de
la mujer, del recién concebido, del niño y del anciano, del pobre y del enfermo,
del inmigrante, del enemigo y del encarcelado. Cada vida humana es un don de Dios;
todas están llamadas a experimentar e incrementar el respeto y el amor; todas
ellas tienen la vocación más asombrosa: la de participar un día de la vida y de
la felicidad de Dios.
Por la causa de la vida, el
Santo Padre no se cansa de proponernos que construyamos la familia como un
santuario de la vida, que plasmemos relaciones más justas en la sociedad, que
evitemos las guerras, que son un medio indigno del ser humano para solucionar
sus conflictos, y que nos preocupemos de construir y animar un mundo favorable
a la vida, promoviendo una
auténtica “ecología humana”. Por la causa de la vida, la Iglesia promueve tanto
la abolición de la pena de muerte, como el respeto irrestricto a la existencia
de quienes aún no han nacido, pero que ya gozan de vida
humana.
un nuevo derecho: ¿al
aborto?
El ejercicio de la propia
libertad tiene un límite infranqueable: el derecho a la vida de los demás. No es
el único, pero es un límite absoluto cuando se refiere a la vida inocente.
Vulnera gravemente este principio esa corriente que pretende justificar el
aborto como un derecho de la mujer a tomar decisiones sobre su propio cuerpo. El
ser que viene en camino es siempre un don de Dios, una vida nueva llamada a
nacer, que espera ayuda y cariño. Ya no es “su cuerpo”, es una vida humana
distinta a la suya, de la cual no puede disponer. Como toda vida inocente,
espera de ella respeto y apoyo para nacer.
Es un gravísimo error y una
irreparable injusticia exigir la aprobación de presuntos “derechos sexuales y
reproductivos” que incluyan el derecho al aborto seguro, ya sea para evitar el
“embarazo no deseado” (vale decir, el embarazo que no correspondió a la
intención de los esposos o de la pareja, o que se produjo con violencia), o para
permitir la interrupción del embarazo por razones de salud, incluso mental. Esta
tendencia caracteriza a numerosos países del primer mundo, a los cuales el
bienestar económico y subjetivo los lleva a optar por el uso egoísta de la
libertad de los adultos, contra el derecho a la vida del ser más indefenso, cual
es el ser humano en el seno de su madre.
En la carta encíclica sobre el
Evangelio de la Vida, S.S. Juan Pablo II
recuerda con estas palabras lo que es el aborto procurado: “es la
eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano
en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento”
(58). En esa misma carta, recurriendo a su autoridad apostólica, como casi nunca
lo ha hecho a lo largo de sus 25 años de pontificado, el Papa afirma
solemnemente: “Con la autoridad conferida por Cristo a Pedro y a sus Sucesores,
en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eliminación
directa y voluntaria de un ser humano inocente es siempre gravemente inmoral”
(57). Reproduzco, con amor a la verdad y a esas pequeñas criaturas inocentes e
indefensas que están llamadas a ver la luz del día, esta profunda comprensión
que tiene nuestra Iglesia, como Pueblo de Dios, del mandamiento dado por su
Señor en el Sinaí: “No matarás”.
la misericordia,
siempre
Pero al mismo tiempo, escribo
este juicio moral con mucho dolor, porque no se me oculta que entre quienes lean
estas palabras, habrán no pocas personas que alguna vez en su vida optaron
libremente por interrumpir un embarazo, otras que fueron presionadas a hacerlo,
otras que aconsejaron o respaldaron esta opción, y también personal médico o
paramédico que colaboró en ello. En el sacramento de la reconciliación les
espera la cercanía misericordiosa de Dios. Él quiere acogerles como hijas e
hijos suyos, perdonarles y aliviar su sufrimiento, adelantándose a su encuentro,
como el padre del hijo pródigo. Recientemente Juan Pablo II enseñaba que el
sacramento de la reconciliación “produce una verdadera ‘resurrección
espiritual’, una restitución de la dignidad y de los bienes de la vida de los
hijos de Dios, el más precioso de los cuales es la amistad con Dios”1 Recurrir a
esta verdadera ‘resurrección espiritual’ es una manera vivificante de celebrar
al Señor resucitado.
El inconmensurable valor de la
vida humana nos pide que demos todo nuestro apoyo a quienes han concebido un
hijo antes de haber formado una familia, y sin contar con la fidelidad de un
marido. La Iglesia sólo cumple su deber como madre misericordiosa cuando
propicia este apoyo. Es cierto, la concepción de los hijos debe ocurrir en ese
espacio interior de amor y fidelidad que es el matrimonio y la familia, y no
fuera de él. Pero, sin minimizar en nada el error y la falta cometida, ¿cómo no
querer y no admirar a las jóvenes y a las mujeres que, después de haber
concebido, no piensan en su propio bienestar y optan por superar todas las
presiones, y deciden traer su hijo a este mundo? Que nunca se les cierren las
puertas de su hogar; tampoco las puertas del corazón de quienes forman su
familia y su comunidad; tampoco de quienes guían su colegio; menos aún de sus
pastores, cuando lleguen a ellos pidiendo con fe la administración del bautismo.
Necesitan, más que nunca, del cariño y de la confianza de los suyos. Y la
sociedad precisa hogares que acojan a quienes no tienen una familia que les
apoye y les brinde la ayuda que buscan. Por otra parte, hay que ofrecerles los
elementos necesarios para discernir si podrán educar al niño que viene, o si
tendrán que confiarlo a una familia en adopción, precisamente pensando en el
bien del propio hijo.
Todo lo que hemos visto vale
también en el caso estremecedor de la violación. Es comprensible el dolor
inmenso de quien la ha sufrido. También el rechazo total al agresor. El
sentimiento de humillación y de ira puede insinuar el propósito de alejar de la
casa y de sus murallas, como también de la morada interior, todo lo que pueda
haber sido del agresor. Pero el rechazo del agresor y de cuanto es pertenencia
suya no puede justificar la eliminación de lo que nunca le perteneció: de una
vida nueva e inocente que quiere nacer. Es cierto, la persona que sufre tales
dilemas necesita mucho apoyo y comprensión; también nuestro consejo, porque la
decisión de respetar la vida del hijo supone heroísmo. La pobre criatura en camino,
que es inocente, puede despertar el cariño de su madre, o al menos la intención
de traerla a este mundo y entregarla a padres adoptivos. A la madre Dios le
recompensará con creces su opción por la vida indefensa que abriga y por la
misericordia.
la
píldora del día después
Reflexionemos
también sobre el fármaco que se quiere distribuir gratuitamente, ya que en este
contexto - tanto en nuestro país como en muchos otros países del mundo - ha
surgido la polémica acerca de la así llamada “píldora del día después” o la
“anticoncepción de emergencia”. El fármaco ha de ser analizado desde diferentes
puntos de vista, tales como el daño que puede producir a la mujer, la igualdad
de oportunidades, las distintas posturas en el orden de los valores que conviven
en una sociedad plural. Una cosa, sin embargo, es segura: se trata de un fármaco
contrario a la concepción, como lo dice su nombre. Ya este hecho no es
irrelevante para la conciencia. Sin embargo, la pregunta que ha desatado la gran
polémica es otra: ¿elimina o no elimina una vida humana? Si la eliminara, poco
importa el respeto que algunos querrían a la exaltación de la libertad
individual, hasta el extremo de aceptar lo inaceptable: el presunto “derecho” a
suprimir vidas humanas.
En
esta materia hay que estar vigilante, porque son incalculables los intereses
económicos y políticos que están en juego a nivel internacional, en relación al
aumento o descenso de la natalidad. Somos testigos de la alteración progresiva
del lenguaje, en todas las latitudes, para hacer aceptable lo que no lo es. El
concepto de embarazo fue alterado: hasta hace poco tiempo todos lo definían como
el proceso que comienza con la concepción de un nuevo ser. Hoy hay quienes
plantean su inicio con la anidación en el útero de la madre del óvulo fecundado.
Además no faltan quienes pretenden que la vida comienza recién con dicha
anidación. Por otra parte, se llega al extremo de que ciertos Estados resuelven
negarle al niño en gestación, mientras no haya nacido, todo derecho a la vida;
también cuando está naciendo, después de nueve meses de gestación. Según los
estudios del Consejo Pontificio para la Familia, todas éstas son alteraciones
del lenguaje que, en general, han sido promovidas con la intención de lograr que
la cultura y los legisladores abran las puertas a la manipulación de óvulos
fecundados, y al control artificial de la natalidad, también mediante el
aborto.
Por
inexplicable omisión, cuando el Instituto de Salud Pública aprobó por primera
vez en Chile este fármaco, si bien reconoció que uno de sus posibles efectos
consistiría en “evitar el proceso de implantación del óvulo fecundado en el
útero de la madre” 2, dejó para más adelante la pregunta más relevante y
decisiva, acerca del momento en el cual se inicia una vida humana. No podía ser
dejada para más tarde. Precisamente la disparidad de pareceres y de estudios en
una materia tan delicada y grave como es el inicio de la vida humana, requería
proceder con mucha prudencia y sin precipitaciones, confrontando las
investigaciones, pidiendo el parecer del mayor número de instancias de
relevancia científica y ética. De hecho, la embrología y la genética confirman
que una nueva vida humana se inicia en el momento de la fecundación del óvulo 3.
El hecho de dejar en manos de una institución de salud un asunto de tal
gravitación para la cultura y la ética privada y pública de un país, como es el
respeto del derecho a la vida, cuestiona nuestro ordenamiento
jurídico.
La
Iglesia católica no tiene sobre estas materias una doctrina arbitraria. Por una
parte, remonta su enseñanza al Evangelio anunciado por el Señor. En sus disputas
con los fariseos, Jesús reaccionaba contra una manera externa de comprender la
religión. Él quería que los sentimientos, los pensamientos y las intenciones de
sus discípulos surgieran de un corazón nuevo, movido por el Espíritu Santo. Por
eso San Pablo propone a los Filipenses que tengan entre ellos los mismos
“sentimientos” que tuvo Cristo (Flp. 2.5). Por lo tanto hay que tener presente,
en relación a la “píldora del día después”, la intención de quienes la toman. En
el caso de una violación, probablemente la persona obra después con
precipitación, desesperadamente por el problema que sufre. Pero ¿quien puede
dudar de que la intención de casi todas las personas que la ingieren sea excluir
la posibilidad de tener familia? ¿Quién puede asegurar que la intención, en esos
casos, no sea abortiva?
Por
otra parte, la Iglesia basa su enseñanza en las investigaciones científicas.
Para la aprobación de un nuevo fármaco, es necesario probar positivamente que
éste no es una amenaza para la vida del ser humano. Por eso, la investigación
debía probar que la “píldora del día después” (Levonorgestrel) no impide la
anidación del óvulo fecundado en el útero materno, es decir, que no elimina una
vida humana en estado embrionario. A esta evidencia no han llegado los estudios
científicos, y puede ser que no lleguen nunca a ella. Sin embargo, los
laboratorios que la comercializan ya informan que uno de sus efectos puede ser
el de impedir la implantación del óvulo fecundado en el útero materno,
produciéndose así la pérdida de una vida humana. Pues bien, cuando se trata de
la vida humana, no es lícito emprender una acción, sin tener la seguridad de que
esa acción no la mata. Como se dice gráficamente, no se puede disparar contra un
matorral cuyas ramas se mueven, ignorando si el movimiento lo provoca una liebre
o un niño. Por eso, mientras no se llegue a la conclusión contraria, moralmente
no es lícito su consumo.
La
Iglesia no puede ser incoherente es su enseñanza. Se trata de la defensa del
derecho a la vida. Por eso, con la misma energía con que intervino en favor de
las víctimas de las violaciones de los derechos humanos, señaló hace pocos años
que era hora de abolir la pena de muerte, por ser innecesaria e inhumana. De
igual manera señala hoy la necesidad de defender el derecho a la vida de todo
ser humano desde sus inicios.
Nuestro
mundo, ¿es favorable a la vida?
Quisiera
concluir esta reflexión con unas palabras del Santo Padre sobre un fenómeno que
acompaña a la globalización, ante el cual debemos ser vigilantes: “Con el
tiempo, las amenazas contra la vida no disminuyen. No se trata sólo de amenazas
procedentes del exterior, de las fuerzas de la naturaleza o de los ‘Caínes’ que
asesinan a los ‘Abeles’. No. Se trata de amenazas programadas de manera científica y
sistemática. El siglo XX será considerado una época de ataques masivos
contra la vida, de una serie interminable de guerras y de una destrucción
permanente de vidas humanas inocentes. Más allá de las intenciones, que pueden
ser diversas y presentar tal vez aspectos convincentes incluso en nombre de la
solidaridad, estamos en realidad ante una objetiva ‘conjura contra la vida’, que ve
implicadas incluso a instituciones internacionales, dedicadas a alentar y
programar auténticas campañas de difusión de la anticoncepción, la
esterilización y el aborto.” El problema “está también en el
plano cultural, social y político, donde presenta su aspecto más subversivo e
inquietante en la tendencia, cada vez más frecuente, a interpretar estos delitos
contra la vida como legítimas expresiones
de la libertad individual, que deben reconocerse y ser protegidos como
verdaderos y propios derechos.” (Evangelium
Vitae 17s)
Hay
que recorrer un largo camino que atañe sobre todo a la educación al amor, a la
sexualidad, a la familia, a la paternidad y maternidad responsables, a la
cultura de la vida. La disociación de la sexualidad del amor conyugal y de la
apertura a la vida, va generando una mentalidad anticonceptiva y abortista, que
inclina a considerar la vida recién concebida como una amenaza a la felicidad, y
no como un maravilloso don. La sociedad necesita que sus comunicadores la ayuden
a acoger este don de Dios que es toda vida en gestación, y a apreciar a quienes
lo aceptan y ayudan a crecer, también después de su
nacimiento.
Que
el Señor nos de su sabiduría y su gracia para valorar el asombroso don de la
vida. Así se lo pido por intercesión de María Santísima, Madre de Jesús, que es
nuestro Camino, nuestra Verdad y nuestra Vida.
+
Francisco Javier Errázuriz Ossa, Cardenal Arzobispo de Santiago, Santiago, 1º de
mayo de 2004, Festividad de San José.
Notas:
1.-
Juan Pablo II, a los participantes del curso promovido por la Penitenciería
Apostólica, 27.03.2004, 3; y Catecismo de la Iglesia Católica, nº
1468.
2.-
Resolución de la Corte Suprema de Justicia, 30 de agosto de 2001, nº
10.
3.-
Ver Helen Pearson , Revista Nature, 4 de julio de 2002, pag.
14s